miércoles, 26 de diciembre de 2012

Neurociencias y responsabilidad penal

Por Iago González Molinero
Estudiante de bachillerato, Colegio Internacional Altair (Madrid)
III Concurso «Mejor entrada» del Blog Derecho y Cultura-Biblioteca de Derecho UAM

La responsabilidad penal es, probablemente, uno de los temas de mayor actualidad en la sociedad española, ya que, actualmente, existen numerosos casos y resoluciones judiciales que no han contado con gran simpatía por parte de la población y más concretamente por los afectados.

Cabría destacar como ejemplo el caso de Marta del Castillo, joven que fue asesinada a principios del 2009 en la provincia de Sevilla. Este caso experimentó un gran revuelo mediático, pues tan solo el principal acusado, Miguel Carcaño, fue finalmente condenado a 20 años de cárcel, mientras que otras personas imputadas, como Francisco Javier Delgado, Samuel Benítez y María García, fueron todas absueltas y se encuentran actualmente en libertad. 

La familia de Marta, lógicamente, no se sintió satisfecha con el veredicto, lo que les llevó a plantearse, como a tantas otras personas, si verdaderamente existe la justicia. Aunque esto es tan solo, como anteriormente mencionado, un ejemplo de tantos otros que ocurren no únicamente en nuestro país, sino que es un fenómeno que podría describirse como «mundial». 

Este inconformismo con la presente situación, es reflejado de manera magistral en el filme «El secreto de sus ojos» de Juan José Campenella. A primera vista, la historia que se presenta al comienzo de la cinta puede llegar a parecer sencilla, un caso de violación que debe ser investigado, pero, a medida que se va desarrollando, el vidente se percata de que hay algo más profundo detrás.

Toda la acción se va a centrar alrededor de la figura del agente judicial Benjamín Espósito, que va a ser el encargado de resolver el crimen. 

Ricardo Morales, marido de la víctima, va a obsesionarse con la muerte de su mujer, lo que llevará a Espósito a prometerle que, no solo se hallará al asesino, si no que será llevado ante la justicia y se le aplicará la condena máxima, la cadena perpetua. Esta promesa se convertirá en el eje central de la historia, y, como se verá posteriormente, tendrá importantes consecuencias. 

El culpable no va a tardar en aparecer, evidenciando una vez más que su busca y captura no es la parte más importante de todo el proceso. Cuando ya parece que la justicia va a hacer lo propio y sentenciar a cadena perpetua al asesino, uno de los principales antagonistas de la película,  Romano, rival de Espósito, lo libera un mes después, para la desgracia de Morales.

Tras el homicidio de Sandoval (compañero de Espósito), Espósito se ve obligado a abandonar Buenos Aires, para evitar correr la misma suerte.

Finalmente, Benjamín regresa diez años después y descubre como Morales se ha mudado a una vivienda en el campo alejada de la ciudad, Romano ha muerto durante la dictadura y Gómez se halla desaparecido. Dispuesto a descubrir la verdad, decide visitar a Morales, que dice haber asesinado a Gómez para que pagara sus crímenes.

Esto no acaba de convencer al astuto Espósito, que recuerda como, años atrás, el mismo Morales había mostrado su negativa a que el violador y asesino de su mujer fuera condenado a la muerte, pidiendo la cadena perpetua. Estas intuiciones del ex-agente judicial, le hacen regresar a la finca de Morales. Sus sospechas son confirmadas cuando lo observa dirigirse con comida hacia lo que parecía ser un establo.

Para su sorpresa, halla a Gómez encerrado en una prisión por el propio Morales, que había decidido tomarse la justicia por su mano y aplicarle la condena que Espósito le había prometido al comienzo de la cinta.

Este final da que pensar al vidente, ya que deja abierta la incógnita de si el ser humano puede tomarse la justicia por su mano, y hasta que punto un criminal es verdaderamente responsable de sus actos. Ambos temas suscitan  gran controversia, ya que se podría decir, que es completamente imposible dar una respuesta que satisfaga a todo el mundo, por lo que hay que tomar una aproximación subjetiva.

Un factor a tener en cuenta es el arrepentimiento. Sentencias como la pena de muerte o la cadena perpetua no dejan espacio para que una persona pueda llegar a “arrepentirse” y mejorar como ser humano, facilitando una posterior reinserción en la sociedad.

Mientras que es cierto que los criminales deben pagar por sus actos, es necesario marcar una serie de límites y no excederse desproporcionalmente con las condenas. Las familias de las víctimas deben ser capaces, aunque no sea sencillo, de aceptar lo ocurrido y permitir que el preso pueda proseguir con su vida una vez finalizada su deuda, el sufrimiento reiterado de una persona no conlleva ninguna ventaja para ellas ni tampoco va a devolverles a sus seres queridos.

También es importante considerar las razones que impulsaron al culpable a cometer el crimen que cometió, ya que, a excepción de casos extraordinarios, como psicópatas, siempre suele haber una razón detrás de todo crimen, no se suelen realizar por placer precisamente.

Este motivo puede variar enormemente de caso a caso, y, aunque debe ser comprendido, en ningún caso el fin puede llegar a justificar los medios, un crimen es un crimen, y esto no cambia, no se pueden poner excusas.

Por lo tanto, a la hora de juzgar a una persona que ha cometido un crimen, es necesario tener en cuenta todos estos factores, tanto emocionales como sociales, que pueden impulsar a los asesinos a cometer atrocidades. Pero no se debe, ni mucho menos, absolverles de todo delito sin que paguen por lo que han hecho, aunque siempre desde un punto de vista proporcionado y justo.

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