lunes, 12 de diciembre de 2011

Salir de la concha y enfrentarse a la realidad

Por Alba Noguerales Elviro
Estudiante de bachillerato, Colegio Internacional Altair (Madrid)
II Concurso «Mejor entrada» del Blog Derecho y Cultura-UAM

La idea de una ciudadanía perfecta, sin ninguna clase de exclusión, compuesta por personas tolerantes y altruistas formando parte de una sociedad en armonía, alberga la belleza de una utopía y esconde en algún lugar recóndito de sus planteamientos el brillo de la esperanza. La esperanza de que algún día llegue a ser una realidad que conviva entre nosotros, porque una ciudadanía así es posible.

Por supuesto, hablo de una ciudadanía mundial en la que todos participemos. Hay valores que no entienden de nacionalidades, hay valores que no pueden depender de ideologías y el respeto debe ser la base en la que se fundamente una sociedad tolerante que de verdad vele por el bienestar de todos los individuos que la forman, sin importar su raza, su sexo, su religión, su ideología o su edad.

Fotografía de Alba Nogales ElviroPor desgracia para todos, y pese a su viabilidad, ese día parece quedar muy lejano pues aunque alardeamos de la modernidad de nuestra sociedad, el individualismo es el valor en alza y se muestra como bandera de una población salpicada por el egoísmo y los prejuicios. El racismo, el machismo y la invisibilidad de las personas que necesitan ayuda están a la orden del día. Si bien es verdad que cada vez somos más conscientes de la igualdad entre personas sean de la raza o sexo que sean, todavía hay mucho trabajo que hacer en este y otros aspectos éticos que cojean entre la población.

En «a ciegas» o «ceguera», película basada en el «ensayo sobre la ceguera» de José Saramago, una enfermedad que deja sin vista a quien la padece, asola la ciudad y el gobierno, en lugar de prestar toda la ayuda posible a los afectados, les confina a una «cárcel» de olvido y exclusión, sin atención médica, sin ayuda de ningún tipo, tratando por todos los medios de desviar la vista hacia otro lado, tratando de cerrar los ojos para no ver el problema y eso es lo que finalmente consiguen, quedarse ciegos ya que la enfermedad es altamente contagiosa y se extiende a una velocidad de vértigo por toda la ciudad, por todo el país, por todo el planeta, dejando ciegos a todos. ¿A todos? No, a todos no. Curiosamente la única persona que no aparta la vista cuando descubre lo que está ocurriendo, la única persona que hace todo lo posible por ayudar a los enfermos, aún a sabiendas del riesgo que corre su salud, su propio interés, es esa persona que no esquiva el problema quien parece ser inmune a la ceguera colectiva. ¿Casualidad?

Quizá debiéramos seguir su ejemplo y darnos cuenta de que cerrando los ojos los problemas no desaparecen, lo que hacemos es alimentarlos para que crezcan. Quizá deberíamos dejar de mirar al suelo cuando se cruza en nuestro camino una persona ciega, o con alguna discapacidad, haciendo como si no existieran, quizá deberíamos levantar la cabeza y hacer todo lo posible por ayudarlas, tanto en gestos cotidianos como a mayor escala. Quizá deberíamos alzar nuestras voces ante las injusticias, ante la desigualdad, ante la discriminación, ante la exclusión. Quizá deberíamos luchar por mejorar la sociedad, demostrar que no somos seres abúlicos, pasivos y que nos preocupan los demás. Quizá todas las dudas sobran, quizá sea sólo cuestión de hacer lo que mejor se nos da, actuar de forma individualista, pero ahora con un matiz, que ese individualismo se refleje en actos que unidos, mejoren la comunidad, mejoren el mundo, porque es con la ayuda individual de todos, como llegará ese día, que habrá perdido su carácter utópico, pero no la belleza de sus planteamientos.

1 comentario:

  1. Que alivio es ver que los más jóvenes son los que más se implican.
    Soy profesor de filosofía y me gustaría felicitar a la autora de esta entrada por su maravillosa redacción y sus valores. Es un premio merecido.
    Felicidades.

    ResponderEliminar