Por Carlos Amo Martínez
Estudiante de bachillerato, Colegio Internacional Altair (Madrid)
II Concurso «Mejor entrada» del Blog Derecho y Cultura-UAM
Estudiante de bachillerato, Colegio Internacional Altair (Madrid)
II Concurso «Mejor entrada» del Blog Derecho y Cultura-UAM
La primera conclusión que he sacado a acerca de la película, creyendo que es está además la que más interesa denunciar ante el espectador, es la verdadera vulnerabilidad que poseemos al depender, y sin darnos cuenta de ello, pues se trata de elementos presentes en nuestros quehaceres diarios, de las pequeñas cosas, de objetos, personas, sentidos… tan presentes en el día a día que es probable no darnos cuenta de que algo está fallando hasta que ya es demasiado tarde y has de depender de dicho objeto, persona, sentido… que ya no posees y que tanta falta te hace en ese preciso momento.
La película es una clara crítica a la actual sociedad que el humano ha ido desarrollando, prácticamente desde que el primer antepasado nuestro pensara coherentemente realizar algo por su supuesto bien y no de modo instintivo, como podría haber hecho un australopitecos. Hemos creado una sociedad compuesta por múltiples cosas las cuales, cada una, independientemente de su tamaño o función, están presentes en nuestra vida y requerimos de ellas para la composición final de nuestras autodefinidas jornadas. La desolación que presentan estas grandes ciudades, las que calificamos de centros de negocios, con la necesidad de satisfacer todas nuestras necesidades como persona, es decir, vitales para nuestra supervivencia. De lo importantes que muchos nos creemos, vitales para la sostenibilidad del planeta, y de cómo si como humanos nos falla algo, todos somos iguales ante todos, e igual de desgraciado es el presidente del Estado que el pobre desaliñado que pide limosna. De, como decía antes, lo que nos podemos llegar a creer que en verdad hemos avanzado, que la técnica ha mejorado nuestra calidad de vida, que cada vez seremos más eficientes y tendremos la vida más fácil. Ilusos los que creen en ello, que no se paran a pensar en las consecuencias externas de su «gran creación» (sobreexplotaciones) e internas (daño a la naturaleza humana, dependencia creciente de nuestras creaciones). Nos perdemos como humanos, nos perdemos a lo que podemos llegar a conseguir si se siguiera el camino que la naturaleza nos ha impuesto.
Efectivamente, nos basamos, desde que el hombre fue hombre, desde que el hombre pensó para su bien ante una necesidad, hemos creado una sociedad cuyos cimientos se basan en el constante egoísmo del individuo, de su máximo beneficio. Lo que hemos hecho ha sido tapar con nuestras creaciones, denominados «logros de la humanidad», el camino a seguir, nuestro concepto como humano individual y como población de la misma. No dependemos de las ciudades, las ciudades dependen de nosotros, y es nuestra obligación hacer de ellas un bien común que nos haga prosperar. Pero yo hablo de prosperar, y no esto que hoy en día se comenta, la economía.
Finalizo esta reflexión para apuntar otro buen detalle de la película, que en cierto modo refuerza la idea que he explicado antes. Los perros, los animales fueron capaces de sobrevivir ante la crisis que en la película sufrieron. Ellos no quedaron ciegos, solo siguieron su camino, su instinto. Hablamos de crisis cuando nos afecta a nosotros, los humanos. La razón es una cualidad que por ley natural nos hace ser superiores al instinto animal, lo cual genera una supervivencia más compleja, a mayor sofisticación de nuestro modo de hacerlo. El animal goza de sus límites, pero es el animal el que no alcanzará más de lo que tiene, sin embargo nosotros, podemos jugar con la razón, pero la razón tiene un camino, un camino igual de grueso equivalente a toda idea que surja de la cabeza de una persona, pero al fin y al cabo, un camino único, que nos lleve al sumun de nuestra especie.
Nuestra sociedad genera desigualdades, no, genera el pensamiento de ser superior unos de otros, y eso genera malas políticas y economías, como ese «reinado de la sala 3», donde el que manda es que por fuerza supera al resto y por tanto el que impone su autoridad sobre el resto. No funciona bien este sistema, es palpable esta evidencia, ¿cómo sino se generó ese caos, ese desorden en la ciudad? Donde la vida, más importante que cualquier objeto que he nombrado al principio, es la que se pone en juego, y del modo más absurdo posible. Morimos porque nuestro sistema está diseñado a nuestros errores, pero qué ocurre cuando en la utopía de cuidad no somos capaces de sobrevivir porque ha sido la ciudad misma la que nos ha comido al fallarnos nuestras cualidades básicas, es decir, nuestras cualidades como raza humana.
Debemos aprender a depender de nosotros y no de un organismo vivo como el que llamamos ciudad, nación, territorio. No hay territorios, no hay naciones, hay tierra, una tierra en la que debemos desarrollarnos como humanos, y solo como humanos, en armonía con la naturaleza, nuestros orígenes, y nuestra razón para hacerla más grande por el verdadero camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario