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En el cine neorrealista italiano se nos muestran películas cuya simplicidad y crudeza son muestras de un realismo en estado puro que lleva implícita una visión poética de lo que acontece en la Italia de los años 50 y 60.
Los grandes directores, Rosellini, Visconti o Sicca, supieron plasmar esa crudeza que respiraba la sociedad de la época con increíble maestría.
A modo de ejemplo, en la película El ladrón de bicicletas es la mirada de un niño, Enzo la que consigue ese doble juego de cara al espectador. Actúa a modo de espejo reflejando por un lado las diatribas de un inocente infante y devolviendo la imagen de la cruda Italia de la posguerra, tras la II Guerra Mundial en la que era complicado conseguir un trabajo para mantener a la familia.
Esta película se enmarca dentro de un movimiento: el neorrealismo, cuyas manifestaciones artísticas tratan no solo de mostrar la realidad pura y dura, como es; también se palpa la pretensión de querer cambiar esta realidad que no gusta.
Podríamos hacer alguna que otra analogía entre esa posguerra italiana tan bien filmada por Sicca y los tiempos en los que vivimos, con el paro como protagonista, pero eso sí, con ausencia de poesía y en tecnicolor.
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