Película dirigida por Mark Romanek (2010) que se ha estrenado en marzo de 2011 y no ha dejado indiferente a la crítica. Está basada en la novela de Kazuo Shiguro. Lo primero a lo que debemos hacer referencia es al elenco de actores sobre el que se sustenta la película. La protagonista Carey Mulligan tiene un papel brillante, al igual que Keira Knighley con una magnífica interpretación pero con un personaje mucho menos atractivo que el de la primera. Estas dos actrices ya coincidieron en el reparto de la película «Orgullo y Prejuicio (2005)». También es de resaltar la nominación al Oscar 2009 a la mejor actriz de Carey Mulligan por la película «An Education (2009)».
Por su parte, el personaje interpretado por Andrew Garfield es muy plano, y poco conmovedor. Únicamente nos emociona en la medida en que Carey Mulligan está enamorada de él de modo incomprensible para nosotros. Toda su obsesión es la de dibujar porque está convencido de que ese será el medio de «salvarse».
Hecha esta introducción de los actores, hemos de advertir que aparte de las implicaciones éticas de la película, se trata de una historia de amor unilateral. Unilateral porque sólo en una reducida parte de la película vemos correspondido el amor que siente la protagonista. Situación que nos emociona tanto como las circunstancias en las que se encuentran.
Por lo que se refiere al conflicto ético que se plantea, ya en la antigua Grecia se debatía sobre si los esclavos carecían de alma. Este mismo tema aparece en la película, aunque simplemente como un modo de justificar una actuación que en el film nadie cuestiona. La realidad es que al igual que en la antigüedad se comerciaba con esclavos, en el tiempo en el que se desarrolla la película se comercia con seres humanos para alcanzar unos fines determinados.
Uno de los aspectos que sorprende de los personajes es su sumisión. En ningún momento vemos que tengan la tentación de escapar o traten de revelarse ante lo inevitable. Su condición de donante hasta la muerte está asumida desde su más tierna infancia.
Esta concepción implica llevar al límite la idea del uso puramente mercantil de la medicina. Sin embargo, este mismo argumento, trasladado al cine por otras películas como «La Isla (2005)», pone de manifiesto unos adelantos científicos que de ser conocidos por las empresas que giran en torno a la salud, las tentarían a emplearlos para obtener grandes beneficios. Una falta de valores similares la encontramos con la ausencia de suministros médicos a países del Tercer Mundo. Puesto que la comercialización en estos países no reporta beneficios, a muy pocos les importa que la gente muera de enfermedades que en este, nuestro Primer Mundo, se curarían con un simple antibiótico.
Otro ejemplo que ilustra un caso de negocio en el ámbito sanitario lo encontramos en «Amor y otras drogas (2010)» en el que los representantes de las compañías farmacéuticas (tampoco los médicos) no muestran escrúpulos de ninguna clase con tal de obtener beneficios de carácter económico.
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