Estudiante de bachillerato, Colegio Internacional Altair (Madrid)
II Concurso «Mejor entrada» del Blog Derecho y Cultura-UAM
Desde tiempos pasados los hombres nos hemos agrupado en sociedad por dos razones: porque somos seres comunicativos, respondemos ante los estímulos de todo aquello que nos rodea, y para poder sobrevivir más fácilmente. No obstante, en todo ser humano se le atribuye nada más nacer una determinada peculiaridad: «el gen egoísta».
Podemos empezar primero con la Edad Prehistórica. En estos tiempos los homo-sapiens se organizaban en tribus, y dentro de ella cada cual tenía su deber como miembro de esta: unos eran recolectores, otros cazadores, guardianes del fuego… Ahora imaginemos que una de las tribus recolecta un determinado número de manzanas, pero éstas están en mal estado. Sin embargo ven que la tribu vecina ha recolectado el mismo número de manzanas que están en mejor estado que las suyas. Ellos quieren comer manzanas en mejor estado que las suyas y entonces se las roban. El egoísmo por querer tener esas manzanas les llevó a saltarse las leyes establecidas por la tribu y robar las manzanas.
Pasamos a las polis griegas, o también conocidas como las ciudades-estado surgidas desde la Edad Oscura hasta la dominación romana. La polis fue el ámbito dentro del cual surgieron algunas concepciones políticas, filosóficas, religiosas, artísticas, etcétera, que llegaron a nuestros días. Pero ese no es el punto de la cuestión, ya que aquí nos encontramos con la división entre patricios y esclavos. Los patricios pertenecían a la clase aristocrática, la nobleza. Eran considerados superiores al resto de los habitantes ya que gozaban de todos los derechos, poseían tierras y eran los llamados a formar parte del ejército romano, la legión. Solo ellos participaban en el gobierno. Los plebeyos, en cambio, no tenían derechos políticos ni civiles ya que no pertenecían a ninguna familia romana, eran los extranjeros. Aquí vemos un claro ejemplo de exclusión: solo los patricios gozaban de la ciudadanía al contrario que los plebeyos solo porque ellos no son de allí.
Hemos visto como actúa el «gen egoísta» en diferentes ocasiones. Aún así, no le hemos visto en su máximo esplendor: en una situación de real caos. Pensemos en una enfermedad extremadamente peligrosa y contagiosa, cualquiera nos vale. Al principio esta se muestra como un pequeño desorden sin importancia. Cuando ya se dan más resultados de este contagio llega el miedo, la ansiedad, y una locura por no convertirse en uno de los afectados. Esa imagen de pertenecer a una ciudad desaparecería, porque sus propios miembros apartarán a estos afectados (lo harían incluso con la intervención militar si lo creen necesario). Cuando toda la población queda infectada el orden habrá desaparecido por completo. Cada uno buscaría la forma de sobrevivir en ese mundo inhóspito. Los afectados se moverían en grupos para poder conseguir aquellos recursos necesarios para la supervivencia. Estos grupos tendrían un líder que podría ser alguien que haya perdido todo resquicio de humanidad, o un alma caritativa que vele por la seguridad de los demás.
Concluyo diciendo que actualmente vivimos en una sociedad con desigualdades sociales y excluyendo a aquellos que nos necesitan. Pero claro, «barriga llena, no cree en hambre ajena». En toda la historia ha estado presente ese egoísmo, que nos consume poco a poco a medida que tenemos más; da igual en qué tiempo o lugar estemos, hemos creado y propagado el pensamiento dañino de «primero yo y después los demás». Estamos en una sociedad llena de corrupción, mentiras y escasa de humanidad, y prácticamente no hacemos nada por corregirlo. Pero como ya se sabe: «En el país de los ciegos, el tuerto es el rey».
Estoy muy de acuerdo con tu postura, creo sinceramente en la existencia de ese gen egoísta aunque espero que sea recesivo. Muy buena aportación, esta espléndidamente redactado ;)
ResponderEliminarNo hay nada mejor que empezar la mañana con un buen café y una agradable lectura. Es un deseo, o una utopía, nadie lo sabe....
ResponderEliminar