El 26 de septiembre de 2012 la VII edición del Máster en Propiedad Intelectual, Industrial y Nuevas Tecnologías de la UAM se inauguró
con la conferencia de Francisco Calvo Serraller titulada «La autoridad del arte»
que ya anunciamos en una entrada anterior (Actos culturales 26 y 27 de septiembre de 2012).
En su exposición, Calvo Serraller realizó una reflexión acerca de la evolución
del concepto de autor más allá de los límites de la historia empleando como
hilo argumental las pinturas rupestres de la Cueva de Chauvet.
El progreso del hombre es indudable, sin embargo por lo que
respecta al arte, las nuevas técnicas pictóricas, las novedades, la evolución
que le es inherente, etc. no implican que las obras precedentes sean menos
bellas o tengan una capacidad inferior de impresionar al que las contempla que
las más modernas. Un ejemplo claro es precisamente el de las pinturas de la
Cueva de Chauvet, descubiertas en 1994 por un grupo de espeleólogos entre los
que se encontraba Jean-Marie Chauvet (a quien la gruta debe su nombre) con una antigüedad
en torno a los 32000 años, pero cuyas cualidades artísticas impresionan tanto
como obras milenios más modernas.
Haciendo un paréntesis, hemos de referirnos al documental «La cueva de los sueños olvidados»
(2010) de Werner Herzog, que muestra en tres dimensiones los detalles pictóricos
de la cueva. Este documento prácticamente representa el único medio de acceder
a esta manifestación artística puesto que la cueva se halla cerrada por motivos
de conservación.
Cabe destacar que si atendemos al sentimiento de autoría de
estos hombres prehistóricos, vemos que no existen marcas que nos permitan
identificar los autores en el arte rupestre. Aún así, en el ejemplo de la Cuevade Chauvet, los investigadores han identificado que una serie de dibujos
debieron ser realizados por una única persona porque se ha detectado un defecto
en la mano que limitaba su forma de realizar los trazos.
Hasta tal punto llega la idea actual de autoría, ya no basta
con que las obras de nueva creación tengan un autor claro, sino que pretendemos
identificar a los creadores de las obras de otras épocas. En este sentido en
ocasiones se encuentran grandes dificultades a la hora de atribuir obras
pictóricas a determinados autores del Renacimiento que coincide con el
nacimiento de las «firmas» y las marcas tal y como las conocemos. Por ejemplo,
en el caso de grandes artistas como Rafael o Rubens, llegó un tiempo en el que
su fama les impidió poder atender personalmente a los encargos y fueron los
discípulos de sus talleres los que pintaban una parte de estas obras. Esto no
quiere decir que no estuvieran al nivel de sus maestros ni que estos trataran
de engañar a la historia… simplemente utilizaban su nombre para asignar una
marca de autoría («este cuadro pertenece al taller de Rubens») o incluso para
ayudar a sus discípulos a obtener algún beneficio económico adicional.
Más complicado es aún asignar autores a obras que es
imposible realizar de forma individual. Un ejemplo actual lo tenemos en el
cine, en el que los créditos de las películas llegan a incluir a cientos de
personas que han colaborado en la elaboración de los filmes. Pero si analizamos
las grandes catedrales medievales y de la Edad Moderna nos encontramos ante el
hecho de que es sencillamente imposible poder atribuir la autoría de la obra
completa a un único autor o a un grupo de autores, básicamente porque la
autoría no está documentada y porque no existía una conciencia de creación
individual como existe actualmente y cuya representación en las obras
colectivas hemos ilustrado con el ejemplo del cine.
Ante esta evolución del concepto de autoría y de las
dificultades relacionadas con el reconocimiento de la misma y con la protección
de los derechos afines a la propiedad intelectual, Francisco Calvo Serraller
hizo apología del jurista como el encargado de velar por la existencia de un
correcto equilibrio entre protección de la autoría y derechos de creadores y
usuarios de la cultura.
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